A solo dos días de la llegada de la Nochebuena miles de indígenas, procedentes de las zonas más remotas del altiplano boliviano, llenan las calles de La Paz para mendigar dinero, ropa y juguetes, mostrando una de las peores caras de la extrema pobreza en el país.
El número de indígenas que vende dulces en los semáforos o pide limosnas en la acera ha aumentado notoriamente, pero lo más llamativo son los niños que bailan ritmos andinos y hacen sonar con monotonía sus pequeñas guitarras de madera.
Muchos de ellos no hablan castellano y los que sí, generalmente los miembros más jóvenes de las familias, lo hacen de forma elemental.
Las migraciones por Navidad prácticamente se institucionalizaron, prueba de ello es que la Alcaldía de La Paz ha habilitado un albergue en la estación de autobuses para que mujeres, niños y ancianos pernocten durante su estancia en esta caótica ciudad, situada a 3.600 metros de altitud, que sufre su época lluviosa.
Se trata de un espacio frío de techos altos, lleno de sencillos y pequeños colchones puestos directamente sobre el suelo y rodeados de sacos que esconden los objetos acumulados por estas personas en su búsqueda diaria de algo de valor con lo que regresar a su tierra.
En la actualidad, el albergue de la terminal hospeda a 110 niños y 120 adultos, pero decenas más de desamparados pernoctan en otros espacios, mientras que otros lo hacen en las calles.
Cuando acaba la jornada de mendicidad, coincidiendo con los últimos rayos de sol, ancianos, mujeres y niños comienzan a llegar a este rincón de la terminal de autobuses, en el centro de La Paz, a la espera de que los responsables abran las puertas del refugio.
El médico Juan Ortiz, responsable de un pequeño ambulatorio situado frente al refugio, y que atiende a estas personas cada año a su llegada a La Paz, dijo a Efe que estas migraciones no suelen realizarse de forma independiente, sino que existe una organización en las comunidades de origen para ello.
Incluso, señaló Ortiz, el dinero que los indígenas obtienen estos días va destinado a un fondo comunal en los pueblos de origen, principalmente en los departamentos andinos de Potosí y Oruro, para financiar la producción de sus cultivos y otros gastos comunes.
Debido a ese sentimiento de organización comunitaria tan arraigado, no es extraño que los mendigos adultos lleguen con niños "prestados" por otras familias, a sabiendas de que su presencia despierta un mayor sentimiento de solidaridad en La Paz, sede del gobierno de Bolivia, aunque no su capital que es la ciudad sureña de Sucre.
A la caída de la noche, una de estas mujeres aguarda a que lleguen los responsables del refugio para pedir un rincón donde dormir, junto a tres de sus hijos, sentada en el suelo y rodeada de bolsas que albergan los primeros enseres que ha logrado recaudar en una jornada de hasta 12 horas en las calles.
Vestida con ropas tradicionales, una falda aterciopelada de un morado intenso, una blusa rosa, manta gris sobre los hombros y un sombrero de paja, la mujer dice a Efe que es el segundo año que llega a La Paz donde pasará dos semanas vendiendo "pastillas" (chicles y dulces) en los semáforos, y acudirá a los repartos de ropa y juguetes que organizan distintas instituciones.
Junto a esta mujer y sus hijos, rostros ancianos que no lo son tanto, agrietados por las duras condiciones del altiplano aguardan también la apertura del refugio, sentados en la acera mientras mascan hoja de coca y extienden los brazos a los transeúntes en busca de una limosna.
La realidad de los indígenas que migran para mendigar es hiriente y muestra una de las facetas más duras de la pobreza en Bolivia, aunque en los últimos cinco años se redujo del 60 al 49 %, mientras que la pobreza extrema bajó de 34 a 25,4%, según datos de la CEPAL.
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