sábado, 19 de diciembre de 2015

La verdad sobre Santa Claus…

Los padres, a menudo, sienten una punzada de culpabilidad cuando mienten a sus hijos sobre los personajes ficticios de Navidad, como por ejemplo Santa Claus. Pero, en su artículo “La mentira de Santa Claus: ¿Está la Navidad lastimando a nuestros niños?” (artículo en inglés), la autora Melinda Wenner Moyer, sostiene que la mentira de Santa Claus forma parte de las mentiras bienintencionadas o mentiras buenas. No hay necesidad de sentirse culpable, dice, “porque los padres mienten por el bien de sus hijos”. El psicólogo estadounidense David Kyle Johnson, dice no estar de acuerdo. “Tenemos que prestar atención a esa punzada de culpabilidad para mantenernos alejados de las inmoralidades y el comportamiento potencialmente peligroso”.

“La primera vez que discutí sobre este tema fue en el año 2009, en un artículo de opinión para el diario Baltimore Sun, titulado ‘Lo siento, Virginia…’, sugerí que deberíamos evitar la mentira de Santa Claus por tres razones: (1) Se trata de una mentira injustificada, (2) se corre el riesgo de dañar la credibilidad de los padres, (3) fomenta la credulidad y el mal comportamiento”, explica el psicólogo.

Uno de los argumentos que la gente expuso en medio de una increíble cantidad de cartas llenas de mala sangre que recibió Kyle Johnson, las cuales se pueden leer en su página web, fue, esencialmente, el argumento que Moyerbut presenta. “La mentira de Santa Claus invita a imaginar y la imaginación es buena para los niños”. Moyerbut dice que, “lo que el personaje de Santa Claus hace… es alimentar la imaginación” y un “tipo de juego imaginativo que despierta la creatividad, la comprensión social e, incluso, por extraño que parezca, el razonamiento científico”.

Imaginación

Por supuesto, Moyerbut tiene razón en los beneficios de la imaginación, admite el especialista. Lo que ella (y otros que proponen argumentos similares) no tiene en cuenta es que lo que está defendiendo, la mentira de Santa Claus, en realidad no promueve la imaginación ni el juego imaginativo. La imaginación implica fingir y hacer como que algo existe, para ello, es necesario creer que ese algo en realidad no existe. ¿Acaso los cristianos “imaginan” que Jesús resucitó de entre los muertos? ¿Los Musulmanes “imaginan” que Mahoma montó su caballo Al-Boraq y viajó a toda velocidad desde La Meca a Jerusalén y después ascendió al cielo? Por supuesto que no, ellos creen que todo eso es real. Engañar a un niño haciendo que crea que Santa Claus existe no fomenta la imaginación, sino que la ahoga. Si realmente quiere estimular la imaginación de sus hijos, dígales que Santa Claus o Papá Noel no existe, pero que, de todos modos, van a jugar en Navidad a que sí.

Muchos niños juegan a ser Santa Claus, esto es algo que sí requiere imaginación. Pero no es necesario hacerles creer que Santa Claus es real para que jueguen de esta manera (del mismo modo que no hace falta hacerles creer que Star Trek es real para que ellos jueguen a explorar planetas alienígenas en el patio de casa).

La mentira

Moyerbut, reconoce el problema de que sus hijos podrían perder la confianza en los padres cuando se dan cuenta de que se les ha mentido, pero sostiene que en realidad no va a ocurrir. Cuando los niños se enteran de la verdad, una gran mayoría es capaz de diferenciar entre las mentiras y las mentiras bienintencionadas, y lo verán como una mentira bienintencionada.

En consecuencia, no se enfadarán, ni empezarán a pensar que mentir es aceptable ni rechazarán sus creencias religiosas.

Aunque Moyerbut tiene razón cuando afirma que la mayoría de los niños no sufren ningún efecto negativo al conocer la verdad, se equivoca cuando afirma que ningún niño lo hace, explica Kyle Johnson. En el artículo “Contra la mentira de Santa Claus: La verdad que tendríamos que contarles a nuestros hijos” (capítulo doce de la obra Navidad y Filosofía de Scott Lowe) documentó algunas historias terribles acerca del “gran momento”, historias que demuestran que, a menudo, el descubrimiento de la verdad sobre Santa Claus no siempre es sencillo. Así, encontramos todo tipo de consecuencias: desde la erosión de la autoridad y confianza en los padres hasta la conversión del niño en ateo. Por ejemplo: El niño Jay defendió la existencia de Santa Claus frente a toda su clase, apoyándose en que “su madre no le iba a mentir”, pero, leyendo en voz alta la entrada de Santa Claus en la enciclopedia ante toda la clase, descubrió dolorosamente que, efectivamente, no solo no era real, sino que además su madre le mentía.

Cuando la pequeña Tennille descubrió la razón por la que no siempre conseguía lo que le pedía a Santa Claus era porque él no existía, ella interpretó que la inexistencia de Dios era lo más probable ya que sus oraciones tampoco recibían respuesta.

“No estoy diciendo que esto le suceda a todos los niños, estoy diciendo que puede ocurrir. En el caso de los creyentes, no creo que quieran poner su fe en juego. Por supuesto, en el caso de los ateos, no habrá ningún problema si la mentira de Santa Claus lleva a un ‘despertar’”, comenta el psicólogo. /

Efecto y consejo

Cualquier efecto positivo que pudiera tener creer en Santa Claus va a ser contrarrestado y superado por los efectos negativos de todo lo que es necesario hacer para mantener la creencia, dice Kyle Johnson. “No me malinterpreten, los niños necesitan aprender cómo razonar de forma eficaz y pensar críticamente, y aplaudo a Moyerbut por alentar a los padres a hacer esto. Pero alentar a sus hijos a creer en la mentira de Santa Claus, es lo último que fomenta el pensamiento crítico y el razonamiento eficaz en los niños”.

Si sus hijos creen en Santa Claus o Papá Noel o los Reyes Magos, entonces Moyerbut tiene un consejo interesante: Convierta la experiencia de descubrir la verdad en un ejercicio de pensamiento crítico; trate de conseguir que descubran la verdad por su cuenta, razonando.

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