domingo, 6 de diciembre de 2015

Diciembre de Navidad En tiempos del doble aguinaldo

Desde un punto de vista reduccionista, podría decirse que diciembre es un mes de excesos.

Comemos más, compramos más, gastamos más y festejamos más (si amamos más no es seguro).

Con la excusa de que “el año ya se acaba”, soltamos nuestros bolsillos y nos aferramos a las esperanzas dormidas de un futuro mejor.

Desde los primeros días del último mes del año, los espacios públicos y negocios privados se llenan de foquitos multicolores, pinos de plástico y fotografías publicitarias de gente sonriendo y transmitiendo el mismo mensaje: “compra esto y regálalo a tu ser querido, porque si no lo haces, no sabrá cuánto lo quieres”.

Para José Héresi Soto –terapeuta y teólogo especializado en psicología transpersonal– este ambiente de comercio disparado se intensifica con el polémico incentivo económico para los asalariados bolivianos.

“El tema del doble aguinaldo es un plus, un extra que nos permite tener mayor soltura en el consumo (…) gastos, no inversión, respecto a juguetes, ropa, etc., para satisfacer necesidades temporales que si bien son cubiertas durante el año, en las fiestas de fin de año tienen una variable especial”.

Durante esta época, la gente “quiere cosas” con más intensidad, con una ansiedad acentuada por el argumento de que “si todos los demás están haciéndolo, ¿por qué no yo?”.

Pero cuando el consumo llega a un nivel excesivo, advierte Héresi, da cuenta de una necesidad no material, sino emocional: “una necesidad de llenar una carencia, un vacío, que puede ser de orden familiar o afectivo”, mismo que se traduce en una sed de adquirir para suplir.

En medio de la vorágine comercial navideña, el terapeuta recomienda participar de la fiesta, regalando, no juguetes que se olvidarán en unos meses, sino gestos que podrían transformar la dinámica familiar.

UNA NAVIDAD POSTMODERNA

Si la modernidad se caracterizó por la dominación del hombre sobre la naturaleza (avances tecnológicos y desarrollo industrial); la postmodernidad tiene como bandera al cuestionamiento de todo lo conseguido por su antecesora.

“El fenómeno del posmodernismo como filosofía –que antes era lo globalizante, lo totalizador – hoy en día es lo fraccionario”, sostiene Héresi, en clara referencia a la lógica de

“todo vale”, con la que nos movemos

actualmente; ese hábito de reflexión y crítica minuciosa que encuentra su punto de fuga en la relativización.

Es común escuchar y usar expresiones como “depende” o “es relativo” al tratar de entender o explicar fenósociales; y con similar recurrencia se utilizan frases como “no soy religiosa(o), soy espiritual” al indicar una posición respecto a la fe.

Los ritos feligreses son realizados como una obligación o un gesto en pro de un bien mayor o solo como acompañamiento de la familia... “dependiendo” de la adhesión religiosa.

El concepto de familia –y la subsecuente idea de “Navidad en familia”– no se ha mantenido al margen de esta nueva forma de pensar, ante la que Héresi recomienda no rendirse totalmente: “deben existir valores que no sean relativizados (…) por ejemplo, la honestidad es honestidad ahora y siempre, no debe cambiar”.

Esta festividad representa un punto clave en el calendario cristiano, y por ello, da a entender Héresi, debería ser vivida con especial sensibilidad, “con oración y perdón”, con más comunicación y contacto personal.

Trato de imaginar cómo reaccionaría una generación joven ante una Nochebuena de este tipo, con un padre o una madre apagando el WiFi en medio de la reunión, pidiendo a todos que apaguen sus celulares, que se tomen de las manos, cierren los ojos y recen a una voz.

“¡¿Qué le pasa?!” susurrarían, mientras sus pupilas adolescentes dan vueltas de 360°, bajo cejas arqueadas en evidente confusión.

Semejante respuesta podría desanimar hasta al más entusiasta, pero no a Héresi, quien, sin perder la sonrisa, cerraría los ojos, y con toda la efervescencia que los adolescentes impacientes sentirían al ver que su post recibió más “likes” de lo esperado, comenzaría la oración.

“Yo creo que hoy en día, las familias están llamadas a estar en el ambiente sin ser del ambiente (…) sentir alegría, festejar, sin derroches, sin excesos, sin superficialidades, también participando de eso que nos gusta. Y finalmente, si ya hay este intercambio de regalos, que ya está establecido, qué lindo sería que alguien lleve un regalo de este tamaño”.

Entonces, Héresi me entrega un pequeño paquetito, más pequeño que el puño de un bebé, atado con un delgado hilo, me pide que lo abra, que retire cada una de las capas de papel que ocultan el contenido: un pequeño diamante de plástico.

Me explica el gesto y comprendo el significado: no es imposible, de vez en cuando, sentirse como aquella roca artificial, no de gran valor, diminuta, desechable y fácilmente descartable. Sí, en este mundo inmenso, somos apenas granitos, envueltos en capas protectoras, atados por finas hebras que creemos que nos mantienen estables, pero, ¿no nos estarán impidiendo salir al mundo? El sufrimiento que nos protege de cometer los mismos errores, ¿no nos cierra las puertas a lo peor o lo mejor que puede llegar?

“Nuestra civilización está en crisis, está muriendo, pero hay otra que está naciendo, y como todo parto, es un proceso doloroso”, concluye Héresi, vislumbrando un diciembre difícil, como todos, pero tal vez, con una linda wawa al final.

Vi unas botas hace unos días, pensé que serían un buen regalo de Navidad. No podré usar el pequeño diamante de plástico en los pies, no me protegerá del asfalto de las calles, pero aun guardado en mi joyero, su recuerdo aparecerá cada vez que quiera refugiarme en mis ataduras.

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