jueves, 6 de diciembre de 2012

En el país de las muñecas

Coleccionar es rescatar tesoros del olvido. Elegirlos, la tarea del coleccionista es ver más allá de lo inmediato. Visión, avidez y agudeza son los dones que hacen del que suma objetos un artista capaz de capturar un mundo. Los escaparates, los puestitos callejeros o los anticuarios son la debilidad de estos exploradores. Tres coleccionistas de muñecas comparten sus secretos e historias.

Elsa Paredes de Salazar cultivó hasta sus últimos días su amor por las muñecas. El pasado 14 de noviembre, cuando murió, se fueron también más de 80 años dedicados, con paciencia, a coleccionar muñecas en sus viajes alrededor del mundo. Tras recorrer el mar y las montañas, los paisajes más diversos, dejó como testimonio de su periplo vital casi 900 muñecas con vestimentas regionales, que ahora se exhiben en un museo ubicado en la calle Rosendo Gutiérrez 550.

Roxana Salazar, su hija y directora del museo, la acompañó en el epílogo de su existencia. La última vez que la vi esta admirable viajera de 91 años tenía los ojos cerrados. Envuelta en una manta, como en un capullo, era una rosa que se refugiaba en el calor que la eternidad otorga a sus escogidos. Elsa se preparaba para partir y volver a nacer. Empezaba a ingresar en el país del silencio, mientras Roxana hablaba por ella y, extrañamente, en tiempo pretérito.

“Las primeras muñecas de mi madre fueron dos. Una tenía un traje de aldeana, en contraste con la otra, vestida de cholita. Ambas fueron obsequio de mi abuelo, su padre. Eso motivó su curiosidad, porque las muñecas mostraban culturas distintas. Entonces, comenzó a interesarse por la identidad particular de cada una”, subraya Roxana.

Elsa Salazar de Paredes publicó, en 1960, el libro Presencia de nuestro pueblo, para abrir un debate sobre la identidad nacional, al preguntarse por el valor de los trajes típicos de Bolivia. “En el libro, sostenía que la mujer era discriminada por llevar la pollera. Ella defendía este atuendo como símbolo de la identidad boliviana y replanteaba su función”, cuenta su hija. El interés de Elsa por las danzas y los atavíos nacionales la llevó a coleccionar muñecas que recreaban, con sus vestimentas, un mensaje cultural de cada país.

Roxana destaca la visión de su madre y dice que su colección de muñecas es una herencia para las siguientes generaciones.

“Los ejemplares están catalogados y ordenados por el Viceministerio de Cultura. Nos ha tomado tres años agruparlos y montar el museo, en esta casa donde nos criamos yo y mis hermanos”, afirma la arquitecta.

“Siempre pensó que hacen mucha falta guarderías para los niños y museos para eventos culturales. Por eso, acarició este plan durante años”. En 2011, el proyecto se hizo realidad e inmediatamente se organizó la primera feria de muñequería nacional y del traje típico de Bolivia, a la cual fueron invitados artistas de todo el país para que muestren sus trabajos. “También hicimos un concurso para estimular a nuestros artesanos”, dice Roxana Salazar.

Ciudadela de muñecas

En el departamento de Victoria Navia hay una ciudadela de muñecas.

Walter Navia, filósofo y catedrático, es su esposo, cómplice y partícipe de esta gran familia que ella viene formando desde hace décadas. Él respeta esa pasión y comenta en tono de broma: “Trasladé mi escritorio al departamento contiguo, porque prácticamente las muñecas me han botado. No hay espacio para mí”.

Victoria Navia, una eterna niña, se levanta a las 7:30 y dedica su día al arte y a las caminatas por la ciudad de La Paz.

“Amo viajar, visitar a mis hijos, que viven en distintas partes del planeta. Escucho música, navego por la red y me gusta hacer adornos y marcos en repujado”, afirma. Sus muñecas la han acompañado durante más de siete décadas. “Me despiertan ternura maternal. Son como mis hijas”, dice y señala a sus 400 amigas inseparables.

Niñas esquimales, japonesas, chinas, indias, rusas, latinoamericanas, damas de la corte, personajes de dibujos animados, amuletos del oriente boliviano, bailarinas, bebés, brujas de trapo, marionetas: las muñecas alegran los días de Victoria, qué duda cabe. Y son de trapo, carey, escayola, papel, madera, paño, cuero, yute, entre otros materiales.

“Me interesa el trabajo y los materiales. A muchas las traje de mis viajes, otras me regalaron mis hijos y los amigos o bien son souvenirs que traen suerte y que los artesanos ofrecen en los caminos para proteger a los turistas”, asegura.

Victoria Navia, quien también es cantante y pintora, diseña muñecas en homenaje a personajes de la política, la moda y la música: Michael Jackson, Condoleeza Rice, Las Magníficas y Miss Santa Puej, entre otras. Alegran su sala. La Tía Núñez –un personaje tradicional paceño- es su favorita; además, tuvo el gusto de conocerla en persona.

Como Peter Pan

Carmen Ramos de Ampuero fue otra coleccionista que jugó hasta sus últimos días con muñecas.

“Mi madre era una niña. Cada vez que las adquiría las bañaba, las vestía y las hacía hablar”, comenta su hija, Marta Ampuero.

Carmen Ramos, dueña del hotel Calacoto, se quedó en el país de Nunca Jamás. Como Peter Pan, que jamás quiso crecer, llenó una habitación con 1.000 muñecas para que los pequeños se divirtieran y maravillaran.

“Mi mami quería mucho a los niños y a los animales”, asegura su hija Marta, a 13 años del deceso de su madre.

Carmen, heredera de tres generaciones de coleccionistas, se dedicó a adquirir muñecas de todas las épocas. Desde las réplicas más clásicas hasta las más modernas, como las Barbie; coleccionó muñecas de toda época y lugar.

Un reino en miniatura

Una colección refleja las inquietudes de quien construye ese reino a escala. Articular una narración es la inquietud del coleccionista, quien cuenta su aventura a partir de los objetos que lo seducen y deleitan.

Elsa, Victoria y Carmen son las niñas que no crecieron y las que regalan inolvidables momentos gracias a sus adoradas muñecas.

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