sábado, 17 de diciembre de 2011

Villancicos y adoración al Niño, tradiciones navideñas en extinción

“Aquí pasa Jesucristo con su rayo de cristal, alumbrando a todo el mundo como el reino celestial”, dice la letra de uno de los villancicos de antaño que solían cantar los adoradores del Niño Jesús que recorrían casa por casa para cantar y bailar frente al pesebre.

Ésta y otras tradiciones navideñas, comunes en los hogares bolivianos hasta los años 60 y 70, fueron desapareciendo o cambiando por otras como los árboles y el Papá Noel, de la mano del comercio y la globalización.

El escritor Antonio Paredes Candia describe en su libro Fiestas populares de Bolivia que en La Paz el pesebre y su arreglo eran el punto central de la celebración, y se lo ubicaba en el lugar más acogedor de las casas.

Hasta ahí llegaban los adoradores del Niño Jesús o el Niño Manuelito, como muchos lo llamaban. Era él quien brindaba los regalos y no Papá Noel.

El pesebre se preparaba con ramas de árboles frutales, la imagen del Redentor se recostaba sobre un césped verde o una pequeña camita bien acolchada. Las familias que tenían más recursos renovaban su vestimenta cada año.

La curadora del Museo Nacional de Etnografía y Folklore, Varinia Oros, cuenta que la tradición en su natal Potosí era y aún es más arraigada que en otros lugares del país.

“Meses antes de Navidad, los niños nos poníamos en campaña para hacer crecer en ‘latitas’ el pasto que se colocaba después en el Nacimiento, en donde casi siempre estaban presentes los niños cusqueños”, relata.

Los niños cusqueños de cera, yeso u otro material, característicos por sus ojos de vidrio y sus rulos , eran muy tradicionales en las familias de antaño y eran heredados por generaciones. “En Potosí tenían sandalias y otros adornos hechos con plata”, cuenta Oros.

Semanas antes de la Navidad, los niños redactaban las cartas en las que pedían un regalo al Niño Jesús. El director del Museo Nacional del Arte, Édgar Arandia, recuerda que se recibía un solo regalo, no varios.

“Pedíamos camiones, ametralladoras... En una ocasión en los 60, mi tío Juan, un militar que además era escultor en madera, estaba preso por ser contrario al Gobierno del MNR, pero igual fabricó los regalos más bellos que recuerde. Eso sí, cuando te regalaban ropa era una tremenda decepción”, cuenta sonriendo.

Creencias

Era muy común poner velas de colores alrededor de los nacimientos, lo que a veces provocaba algunos desastres. Si el Niño era hecho de cera podía derretirse. Arandia y Oros coinciden en que si ocurría algún evento de este tipo, o similar, era atribuido al Niño Jesús de naturaleza traviesa.

En otros hogares elaboraban figuras de barro el 24 de diciembre, sobre todo en la primera parte del siglo XX. Las formas tenían estrecha relación con los deseos de la persona. Si se quería una casa, una esposa, o dinero, se hacía la figura y se la ponía cerca del Niño Jesús para que él haga el milagro y el sueño se haga realidad

Adoradores y villancicos

La noche del 24 de diciembre era un momento muy familiar en el que algunos aprovechaban para invitar a cenar a gente sin hogar. La alegría de la noche siempre la ponían los adoradores, que en grupo llegaban a los domicilios para bailar y cantar al Niño Jesús o Manuelito.

Según el historiador Fernando Cajías, era imposible pensar en la celebración del 24 de diciembre sin la presencia de al menos dos grupos de adoradores en su casa. “Antes se llenaban las calles con ellos, que iban de una casa a la otra”, comenta.

Y Arandia agrega: “llegaban con zampoñas, chullu chullus y pajarillos para bailar chuntunquis y decían ‘golpe en tierra’ mientras cantaban”.

Los chullu chullus -que cada vez se fabrican menos- son sonajas hechas de tapacoronas, los pajarillos son una especie de silbatos que tienen forma de cafetera que se llenan con agua y al soplar emiten un sonido semejante al canto de un ave.

Paredes Candia hace referencia también al uso de los tamborcillos y las armónicas. Tocando estos instrumentos, los adoradores cantaban y bailaban, algunos hasta de rodillas.

A las 24:00, “nacía el Niño”, cuando los menores ya estaban durmiendo con la esperanza de recibir sus regalos al día siguiente. Entonces, los adultos rezaban, se felicitaban y en su mayoría asistían a la misa de gallo.

Pero también los manjares navideños eran muy diferentes. Arandia recuerda haber visto el panetón a finales de los 70, pues en su niñez comía buñuelos con miel y arroz con leche.

Pero Cajías destaca que hay algo que se resiste a desaparecer: la picana, el plato navideño por excelencia. “La picana todavía le gana al pavo, creo yo”, afirma.

Al día siguiente se hacía, como lo denomina Paredes Candia, una “juntucha” o recalentada de todo lo que había sobrado en la Nochebuena, y se preparaban algunos tragos para curar la indisposición de quienes se amanecían festejando.

Cajías y Arandia coinciden en que el individualismo y la modernidad tienden a acabar con estas y otras costumbres que implicaban compartir entre familiares y amigos, y de paso darse tiempo para la reflexión espiritual.

“Ahora es ‘consumo luego existo’. En cambio, antes uno era muy feliz tan sólo por poder bailar y cantar un villancico al lado del Niño; son valores que no tienen precio”, comenta Arandia.

Al rescate de los adoradores
Para el historiador Fernando Cajías, la tradición de los adoradores al Niño Jesús se ha perdido en La Paz, pero no así en los departamentos del sur del país. “Creo que los niños se desaniman a hacerlo porque hay desconfianza y es una sociedad más moderna e individualista”, señala.

Para revalorizar los villancicos y las tradiciones que conforman la adoración al Niño Jesús, 30 grupos de conjuntos musicales y coros participan de un concurso organizado por la Alcaldía paceña denominado “Canto y festejo al Niño Jesús”.

Después de una primera etapa de selección que se inició el pasado jueves, los días 20, 21 y 22 del presente en la plaza Camacho se realizará la clasificación final de los mejores grupos en tres categorías. Ésta es la cuarta versión del concurso que dará premios en montos desde 750 a 3.000 bolivianos.

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