domingo, 25 de noviembre de 2012

La muñeca es una dama de alcurnia

Una muñeca allana el encuentro entre una mujer y el mundo. Este objeto permite identificar un lugar de pertenencia y el pensamiento de una época. La muñeca construye un código mediante su vestimenta y traduce una manera de ser, a partir de sus gestos. Entre la persona y el objeto se establece un pacto que une la curiosidad infantil al descubrimiento del cuerpo humano, por medio de una figura de porcelana, cera o pasta.

La función de la muñeca ha cambiado con el tiempo. Es valiosa por la relación que tuvo con su dueña y también por el valor que cada época le concedió. Comenzó, en la sociedad, como ornamento, hasta adquirir una función de uso.

“La muñeca ha sufrido un cambio. No siempre fue juguete. Si tú observas el vestuario, la expresión del rostro y los motivos que la acompañan, te darás cuenta de que no está hecha precisamente para recreación”, asegura Roxana Salazar, hija de la coleccionista Elsa Paredes de Salazar, propietaria del museo de muñecas. Desde su domicilio en Calacoto, Roxana reflexiona sobre la diferencia entre las muñecas antiguas y las actuales. “Los cabellos de estas réplicas eran reales y todavía no contenían material sintético”, agrega.

Roxana, debido a la pasión de Elsa, su madre, creció rodeada de muñecas. Comprendió su misión, que trasciende la de ser un juguete o un ornamento.

“Las muñecas eran una muestra de la moda cotidiana. De hecho, los modistos las utilizaban para mostrar a las cortes sus diseños”, cuenta. Ella sostiene un muñeco en sus manos, con traje de soldado eslavo, que probablemente data de 1930. Se destaca en él la fragilidad de su contextura perfecta y su acabado transmite la sensación de que podría despedazarse, si es que lo tocan. “Por el mismo material con el que estaban hechas, era complicado jugar con ellas. Se constituían más en un elemento decorativo de las casas o bien de muestra”, destaca la arquitecta y directora del museo. “Con la incursión de la muñeca de porcelana y del biscuit -una técnica cerámica de los siglos XVIII y XIX-, se desarrollaron las fábricas. Cuando ya entró la máquina de coser, se volvieron más detallados los trajes”, explica Roxana Salazar.

Tras el sobrecargado aspecto de la muñeca, subyace una soledad que aún la separa de las niñas. La mujercita de porcelana descansa en una sala de cristalería fina, cerca a un piano de cola. Uno viaja al siglo XIX y ve cómo la niña se contempla en el adorno, lo asemeja a su madre o a su imagen intocable de futura mujer, lo examina con curiosidad porque es elegante e impecable, pero no se anima a jugar.

Damas de alcurnia

La coleccionista, cantante y pintora Victoria Navia, desde la sala de invitados de su domicilio, donde las anfitrionas también son sus miles de muñecas, afirma que, pese a sus rostros de niña, ellas, las muñecas, son el modelo a escala de las mujeres de alcurnia. “Las hacían a imitación de las grandes señoras de salón. Las muñecas lindas emulaban los rostros de la nobleza”, explica.

Los primeros ejemplares asiáticos, sin embargo, son distintos. Su función es religiosa, milagrosa, benefactora y cumplen un papel protector en las casas. Cuidadosamente guardadas en fanales o urnas de cristal, o quizá utilizadas en cacerías, cosechas o celebraciones, eran un símbolo de las creencias populares en las tribus y familias.

“Eran sinónimo de adoración y evocación para atraer a las fuerzas de la naturaleza. Prácticamente cumplían el papel de amuletos”, apunta Roxana. “Lo que pocos consideran es la importancia cultural que han tenido en el mundo. Su traje, su vestimenta típica y sus ademanes han sido una muestra de aprendizaje. Por eso, mi madre (Elsa) empezó a coleccionarlas, guiada por el deseo de conocer más tradiciones”, agrega.

Una muñeca era un amuleto, como en las culturas orientales, pero también ejercía un rol pedagógico, dice Roxana, porque vestía un traje típico, con el cual representaba al espacio geográfico al cual pertenecía; la muñeca era, por tanto, sinónimo de historia. “Ella representa un contexto de su cultura y del ambiente que la rodea. Esto es parte del conocimiento”, asegura.

El juego infantil

Son los niños quienes, en su necesidad de entender y aprehender el mundo, incluyen a las muñecas en sus juegos; salen, entonces, de su aislamiento de las vitrinas o de las urnas porque adquieren una utilidad lúdica.

“A partir del desarrollo de la psicología y de la pedagogía, estos objetos se sumaron para ser un incentivo y para dar estimulación mental y sensorial”, añade Roxana.

Una anécdota que ella cuenta sobre su museo refleja la visión actual que los niños tienen sobre las muñecas. “Los pequeños que vienen a nuestro museo esperan que caminen, lloren o hagan pis, como las de ahora. Al ingresar se encuentran con una realidad que contrasta. Salen desilusionados porque nuestras muñecas están en vitrinas y se les indica que no pueden tocarlas”, afirma.

En sus colecciones, tanto Victoria Navia como Roxana Salazar descartan a las Barbies por ser estereotipadas. “Estas muñecas tienen una imagen ficticia y banal, las niñas de ahora quieren parecerse a ellas. Son demasiado delgadas, modelos y rubias”, asegura Victoria.

“No tienen la magia ni la vitalidad de los juguetes de antes, que instruían. Nosotras tomamos Barbies, pero les colocamos cabello negro, las volvemos morenas, las vestimos de cholitas. Hacemos que este juguete cobre una dimensión distinta en nuestro museo, para que la gente se identifique”, afirma Roxana.

“Las hacían a imitación de las grandes señoras de salón. Las muñecas lindas emulaban los rostros de la nobleza”, dice la coleccionista Victoria Navia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario