martes, 10 de enero de 2012

La mágica realidad de los Playmobil

Ellos son 2.300 millones de seres extraños, un tercio de la población mundial. Todos con sonrisa, sin nariz; bajitos (7,5 centímetros de altura) y de plástico. Pero su imperio genera más de $us 450 millones al año.

Al frente de esta multitud, que se vende en 70 países, entre ellos Bolivia, está un empresario tan peculiar como los muñequitos que lo han hecho de oro. Se llama Horst Brandstätter, es alemán, tiene 78 años y es un tipo raro.

A diferencia de los juguetes que fabrica, es raro verlo sonreír. Y, a pesar de manejar una fortuna, se lo considera el multimillonario más tacaño de la Lista Forbes. En el exclusivo club de golf donde juega cada día en Florida recoge los tees (unos clavos de plástico) que olvidan otros jugadores.

También tiene miles de pelotas de golf. “Soy ahorrador”, dice. Por eso va siempre atento por los campos de golf rastreando las bolas perdidas entre los árboles. Presume de ser el único socio que siempre ha usado pelotas de segunda mano. En cambio, caprichos, muy pocos.

“No necesito beber el vino más caro”, confesaba en una entrevista a la revista Focus. “El mío lo compro por cinco o diez euros. Más no pago. El barco que tenía lo vendí. Solo los gastos fijos y la tripulación me costaban un millón y medio de euros al año. Ya no navego. Ya he viajado bastante en barco, ya es suficiente” le dijo al periodista español Carlos Manuel Sánchez.

“El fabricante de muebles”

El mítico muñequito de Playmobil, que por sus medidas se ajusta como un guante a la palma de un niño, se le ocurrió a Hans Beck (fallecido en 2009), un empleado taciturno que tenía experiencia fabricando muebles y al que Brandstätter había contratado personalmente, guiándose por una corazonada.

“Yo mismo hago las entrevistas de trabajo. Y normalmente los candidatos hablan hasta por los codos para tratar de impresionarme. Pero este hombre, Hans Beck, era muy callado, casi no hablaba”.

Pero el “hombre callado” tuvo una idea que haría multimillonario a Brandstätter. Beck diseñó un muñeco minimalista, de aspecto anodino, que, sin embargo, y a pesar de su fracaso en la feria de Nuremberg de 1974, acabó imponiéndose en Europa.

“Es bien simple”, explica Brandstätter, “nada de horror, nada de violencia, nada de tendencias que pasan de moda”.

Ciertamente, Los Playmobil son un juguete con afán de perdurar. Pensados para niños de seis a doce años, los adultos los coleccionan, han entrado en los museos, han propiciado debates políticos y filosóficos, tesis doctorales y documentales. “No hay que fijarse en el juguete, sino en lo que despierta en la mente del niño cuando lo tiene entre sus manos”, explicó Beck durante una entrevista a la revista Bild en 2008.

No le falta razón. Los Playmobil permiten al niño imaginarse historias; con ellos, puede montarse una película dentro de su cabeza. Ese es el secreto. “El resto se lo dejamos a los diseñadores de la empresa, gente muy creativa y divertida”, confiesa Horst Brandstätter a la revista Focus.

Un mundo de ensueño

Policías, bomberos, enfermeras, indios, vaqueros, piratas, en el catálogo hay más de 300 referencias, desde las que recrean la vida cotidiana a los personajes de aventura, desde el Egipto de los faraones a los caballeros medievales que pelean con dragones.

“Son roles, en definitiva. No tienen una identidad”, explica el sociólogo Christian Haug.

De este modo, Playmobil se hizo un hueco en un mercado que suele ser bastante rígido: Barbie para las niñas, Lego para los niños. Los Playmobil permiten a los niños jugar con unos muñequitos sin connotación sexual. Y viceversa, las niñas pueden aventurarse fuera de la casa de muñecas.

Por otra parte, son personajes “sin personaje”, el personaje lo inventa el niño, a diferencia de los juguetes inspirados en las creaciones de Disney, las series de televisión y las películas de moda.

De hecho, Brandstätter siempre se negó a comprar la patente de algún personaje de moda e inundar el mercado con él. “Lo efímero no va con nosotros”, asegura.

Con fábricas en Alemania, España, Malta y República Checa, siempre en Europa. Se niega a “deslocalizar” la producción instalando plantas en Asia, como hace la competencia. “No alcanzan el nivel de calidad que exijo”, se justificó al semanario Focus. Calidad. Es en lo único en lo que no escatima. “Aunque en el fondo también hay otra razón.

Se siente como un gran patriarca. Conoce a la mayoría de sus trabajadores. Y aunque sus gestores le aconsejen aligerar gastos de plantilla y prejubilar a algunos dinosaurios, se niega en redondo”, escribe el periodista Carlos Manuel Sánchez.

Brandstätter es tan excéntrico que no utiliza el teléfono celular porque lo considera un gasto excesivo (y eso que contrató una tarifa plana de 250 dólares que cubría llamadas interoceánicas, pues reside la mitad del año en Florida con su mujer y sus dos perros). Pero lo dio de baja y se las arregla con un viejo fax.

Paradójicamente, es alérgico a despedir. Valora tanto el capital humano que se niega a recortar ahí, pese a que reconoce que sería lo fácil en una época de vacas flacas. “Yo he depositado mi confianza en ellos, y ellos en mí”. También es un poco egoísta y reconoce: “Yo tampoco me pienso jubilar. Soy como mis muñecos”.


Algunos detalles del invento
Fracaso En 1974, Brandstätter presentó los muñecos creados por Hans Beck: pasaron desapercibidos.


Éxito En 1977, Beck quita la nariz a los muñecos, comienza a fabricarlos de plástico y les otorga una personalidad ambientada en la época medieval. Ello implicó el inicio del enorme éxito.




“Papá Brandstätter” alcanzó el éxito
Para comprender a Horst Brandstätter, hay que remontarse al año 1974. La crisis del petróleo había paralizado el mundo y la empresa Geobra, con sede en Zirndorf, Alemania, que Brandstätter había heredado de su bisabuelo, se iba a pique sin remedio.

Geobra se había especializado en la fabricación de juguetes de plástico. Llevaba una década inundando Estados Unidos de hula hoops.

Brandstätter había perfeccionado una máquina que permitía fabricar de manera eficiente y barata los aros con los que se contornearon varias generaciones de adolescentes. Pero el precio de la materia prima se disparó un 600% , explica la revista Focus

De modo que Brandstäter ordenó a su equipo de diseñadores que ideasen algún juguetito pequeño, que necesita de poco material. Algo modesto para salir del paso.

Apareció entonces Hans Beck “con su eterna tristeza, con un bosquejo del juguete que quería. Su cara era redonda, tenía dos puntos en vez de ojos, una nariz mínima y una eterna sonrisa en los labios. No me gustó, la verdad, pero vi algo especial”, dice. Pero lo aceptó.

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