Raúl está a mitad de mes pero ya se quedó corto de dinero. Como de costumbre pidió ‘auxilio’ a sus colegas del trabajo y le costó mucho más que accedieran a prestarle efectivo porque saben que les va a devolver tarde, mal o nunca.
Para colmo de males el banco empezó a llamarlo a la oficina para que se ponga al día en su deuda, así es como ya se extendió el chisme de que Raúl ‘debe una vela a cada santo’.
Pero a pesar de ello lo estiman, le tienen consideración porque saben que tiene un hogar que mantener, además, cuando están recién pagados es el primero en invitarles a tomar un ‘traguito’ a la salida del trabajo. Y cuando llega el cumpleaños de alguno de los colegas siempre tiene un obsequio para darles. Pareciera que le gusta sentirse apreciado porque da buenos regalos y es el padrino de las celebraciones.
Es obvio que es un despilfarrador, por eso su presupuesto se le sale casi siempre de las manos. Aún así, su caso se complica porque con el transcurso del tiempo solo empeora y no da señales de convertirse en un mejor administrador de sus finanzas.
Algunos creen que la situación por la que pasa Raúl es de su entera responsabilidad, otros acusan a la sociedad de consumo que alienta el gasto e incita a comprar cosas que no son necesarias.
Hay abundantes publicaciones al respecto. La mayoría de ellas llega a la misma conclusión: el despilfarro es consumir un producto que en realidad no hace falta. El ritmo de consumo puede llevar a situaciones personales indeseables de endeudamiento en las que a final de mes la billetera saca humo.
¿Será que la sociedad cruceña incita al despilfarro? La pregunta se la trasladamos a dos sicólogas, una socióloga y un especialista en recursos humanos.
Perfil de un despilfarrador
Para la sicóloga Paula Benedict “la persona que despilfarra con frecuencia y sin poderse controlar entra en el perfil de un adicto. Usa el dinero como compensación a malestares síquicos, para sentir que vale más, disminuir la depresión y sentirse poderoso”.
Describe que estas personas tienden a acumular bienes, a regalar sin motivo, a gastar en invitaciones, a apostar en juegos de azar, a prestarse dinero, es decir, a usar dinero destinado a cubrir necesidades básicas en cosas no indispensables, o incluso llegan a delinquir para obtener los medios para sostener su adicción.
La sicóloga argentina Beatriz Goldberg, autora del libro Dime cómo te llevas con tu dinero y te diré quién eres, habla de una personalidad del agujero roto en el bolsillo: “Quieren satisfacciones inmediatas, lo que ven, lo quieren. Esto es clásico en mujeres que se divorcian y se pelean con el marido, por lo que hicieron con ellas se desquitan con la tarjeta”.
José Jáuregui, especialista en recursos humanos, confirma que el despilfarro es una conducta adictiva, que se puede comparar con el alcoholismo: “Ya no pueden frenar sus impulsos y siguen gastando como un drogadicto que termina robando a sus padres. Al final afectan a la empresa en la que trabajan faltando a la oficina, llegando tarde, y en el peor de los casos, pueden incluso robar a su institución”.
Por su parte, la socióloga Guadalupe Ábrego considera que la sociedad de consumo induce a despilfarrar: “Este fenómeno influye en todas las clases sociales, en nuestro país afecta a muchas personas constituyéndose en la ruina de muchos hogares. Los medios de comunicación inducen al despilfarro como aparato ideológico que a través de la propaganda incentivan el gasto, al despilfarro”.
Entre hombres y mujeres hay diferencias en cuanto a las cosas que compran o en qué gastan el dinero. “Probablemente la mujer gaste en ropa, zapatos y cosméticos y el hombre en ‘juguetes’ caros como autos o tecnología e invitando a los amigos haciendo alarde”, según Jáuregui.
¿Es una enfermedad?
“El problema tiene la misma envergadura que otras adicciones, por tanto, es merecedor del mismo abordaje terapéutico”, así piensa Benedict, cree que la consulta y el tratamiento son de rigor cuando la familia o el despilfarrador asumen que es una condición que debe ser tratada para ayudarle a lograr un equilibrio en la administración de sus recursos, los cuales no siempre son abundantes.
Este paso sirve para concienciar sobre los verdaderos valores que pueden encaminarle hacia una vida más plena y satisfactoria que la que puedan brindarle los asuntos puramente materiales.
Por su parte, la socióloga Ábrego no considera que el despilfarro llegue a ser una enfermedad, piensa que es una consecuencia del desarrollo de la sociedad moderna. “La vacuna estaría en la información clara sobre la utilidad o la necesidad real de ciertos bienes (para qué comprarse el último celular si el que tenemos aún funciona bien) que debería difundir el Estado y las instituciones sociales.
La sociedad cruceña
Como muchas otras sociedades, Santa Cruz no se libra de la cultura consumista que alienta permanentemente al despilfarro. Para Benedict este rasgo es incentivado por los medios de comunicación que “transmiten como modelo de felicidad y de éxito la posibilidad de gastar dinero y de adquirir bienes suntuarios y de lujo. La cultura del tener ha remplazado a la cultura del ser.
Muchas veces es más importante lo que se puede mostrar para que otros lo admiren que la verdadera felicidad. Existe una búsqueda de aprobación a través del tener que alienta la cultura consumista en general”.
Pero Jáuregui no le atribuye tanta influencia al contexto social. “Es verdad que muchas sociedades, no solo la cruceña, valoran mucho el último auto o celular que tienes y la gente te estima por tus posesiones. Pero no hay nada externo que pueda determinar tu comportamiento, tienes un espacio de libertad para decidir qué quieres hacer o cómo quieres vivir, no se puede echar la culpa a la sociedad. El contexto cruceño sí hace más fácil que una persona caiga en el despilfarro, pero no lo determina”.
¿Qué hacer al respecto?
Si un despilfarrador está afectando al ambiente laboral, el encargado de recursos humanos de la empresa debe hablar con este para tratar de controlar las cosas desde el principio porque después puede haber afectados entre los colegas de trabajo.
“La clave está en la prevención, toda empresa debería tener políticas claras y difundidas sobre el tema de préstamos, anticipos y ‘apoyos’ que puede dar la institución en diferentes situaciones en casos de emergencia, salud, etc.
A partir de ahí hay que apoyar al despilfarrador en cosas sencillas como ayudarlo a organizar su presupuesto y, si el caso lo amerita, pasarlo con un especialista.
Goldberg aconseja medidas sencillas que pueden cambiar la vida: no salir de compras seguido, buscarse otro plan que no implique tentación para gastar, hacerse un presupuesto con base en una lista de cosas urgentes para llegar a salvo a fin de mes y no abusar la tarjeta de crédito que habrá que pagar tarde o temprano.
Las cifras del consumo
s.XX
Nace con el capitalismo
El consumismo inicia su crecimiento a lo largo del siglo XX como consecuencia del capitalismo y la aparición de la publicidad.
1920
Hay sobreproducción
En EEUU aumenta la productividad y baja la demanda. Ahí el márquetin trabaja para incrementar, dirigir y controlar el consumo.
Los gastos de ellas
Las mujeres compran más ropa, carteras, zapatos, accesorios y cosméticos.
Las compras de ellos
Los hombres gastan más en ‘juguetes’ caros como autos o tecnología e invitando a los amigos haciendo alarde.
Ejercicio para dejar de despilfarrar
Paula Benedict aconseja
Alerta. Consultar con un especialista sicólogo si usted o un familiar presenta uno o varios de los rasgos y conductas descritos en este artículo.
Presupuesto. Manejar un presupuesto de gastos básicos mensuales y no distraer el dinero de los mismos en asuntos no necesarios.
Ahorro. Prever un dinero para el ahorro si es que hay un sobrante y entregarlo a una persona de confianza para evitar gastarlo.
Toma en cuenta que:
Gustos. Determinar un pequeño monto fijo para gastos personales o gustos y no excederse.
Discernir. Hacer un verdadero esfuerzo para diferenciar entre gastos necesarios y superfluos.
Prescindir. Al momento de gastar dinero preguntarse qué pasaría en mi vida si no comprara esto. Si la respuesta es no pasaría nada, entonces se trata de un gasto innecesario del que podemos prescindir perfectamente.
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