Escuchar a los abuelos sin duda alguna nos permite imaginar cosas bonitas, en este caso de la celebración del Día de Reyes, cuando las niñas y niños en medio del afán de sus padres con total inocencia dedicaban sus graciosas danzas para el "Niño Manualito", concentrados al pie de los pesebres que con total dedicación eran preparados en los hogares de las tradicionales familias orureñas.
Era habitual vestir a los niños de pastores altiplánicos, mujeres y varoncitos lucían coloridos trajes confeccionados de aguayo o bayeta de la tierra. Polleritas, chalequitos, ch’uspas, abarquitas, otros adornos nativos y listos para adorar al Niño Jesús.
Imágenes perpetuadas por el afamado fotógrafo Carlos Portillo son el testimonio visual que nos permiten apreciar cómo las niñas lucían sus trajes nativos, para homenajear al Redentor con un peculiar sentido boliviano.
La algarabía era total acompañando la agilidad de los pasos con la alegre música en medio del peculiar sonido de los "chullu chullus" (tapacoronas aplanadas a golpe de martillo y atravesadas una sobre otra, con un alambre). Una ejecución con toque de picardía para asemejar el trinar de los pajarillos, surgía a partir de un instrumento musical fabricado de hojalata, complementos ideales para sellar el ambiente navideño.
Los niños y por qué no los jóvenes y hasta los adultos, se contagiaban y fortalecían la adoración al Hijo de Dios. Allí quedan los recuerdos.
Esta práctica es poco común hoy en día y se mantienen con cierto respaldo de entidades que a través de convocatorias públicas buscan mantener la tradición para premiar a niños protagonistas de los villancicos y es a partir de estas actividades que los abuelos reviven el pasado esmerándose para ofrecer el espectáculo concebido en antaño, para adorar al Hijo de Dios.
La recompensa para los protagonistas de los villancicos era la entrega de una taza de chocolate con buñuelos. Esta tradición todavía se conserva.
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