Telas de tocuyo teñidas color piel y en forma de círculos, pequeños aguayos de menos de diez centímetros y sombreros de fieltro minúsculos sobre cabellos de lana acrílica son guardados cuidadosamente en cajas. Muñecas de trapo sin un rostro aún definido esperan para ser vestidas en las mesas y en los sillones de un departamento, espacio que también hace de taller de fantasías infantiles.
Antaño las fantasías no venían en consolas de juegos ni mucho menos en 3D, venían hechas de trapos que ya no servían para ser utilizados. Los niños juntaban gran cantidad de estas telas para convertirlas en pelotas, entrar a una cancha y meter un gol en arcos improvisados. Las niñas, en cambio, unían harapos de la misma forma, pero con un propósito distinto: convertirlas en mamás postizas. Sus muñecas, que pasaban a ser sus hijas de trapo, eran su adoración, las acompañaban a toda hora del día y no se separaban de ellas ni para dormir.
Más allá de que esa tradición brillara el siglo pasado, no por eso dejó de ser parte de esta centuria, que vuelve de la mano de Felicidad Lara, o Pilín, que es como todos la llamaron desde siempre, palabra que viene del quechua y que significa “patito”.
Pilín cuenta que desde niña tuvo afición por la elaboración de muñecas de tela. Luego, salió bachiller, estudió Artes Plásticas y se dedicó a la docencia. No fue hasta que se casó y tuvo dos hijas que volvió su inclinación por la elaboración de estas compañeras de trapo. Asimismo, sus amigas, al ver las muñecas, empezaron a hacerle encargos para que sus hijas también las tuvieran. Así es como nació el nombre de la muñeca. “Como me llamaban Pilín, el hijo de una amiga me dijo que arreglase su Pilincha y desde ahí fue que se quedó con ese nombre”, dice.
A partir de ese instante, en 1985, no paró de elaborarlas, primero sola, después con sus hijas y luego con un personal que fue consiguiendo poco a poco.
“Son siete artesanos que me acompañan en todo este tiempo haciendo los trabajos. Los proveedores también son siete. Tengo además dos costureros, ayudantes y el taller en Oruro donde se hacen las bolsitas para rellenar las muñecas; luego llegan acá y se hace el proceso de rellenado y de costura en otro taller y aquí en mi departamento las vestimos”.
En busca de la identidad perdida
Cuando Pilín comenzó con la iniciativa, en el mercado no había este tipo de muñecas, tanto por el material con el que estaban hechas, como por la misión que tenían: recuperar la identidad boliviana.
“El objetivo con el que ha empezado la pilincha es darle al niño boliviano una muñeca con identidad, que le enseñe a amar lo nuestro. Pienso que esos objetivos se han cumplido en todos estos años”.
Cuenta que cuando trabajaba en una unidad educativa, los niños, hijos de mineros, eran huérfanos y por eso crecían sin una identidad cultural. Además de eso, “los del pueblo decían ‘estos indios’. Incluso en la misma ciudad ha habido racismo”.
A pesar del transcurso del tiempo, para Pilín el racismo fue sostenido en la época: “A mí me decían ‘esta muñeca voy a comprarla para mi empleada’”. En cambio ahora ha cambiado un poco la visión, pues los clientes ya dicen que van a comprar la muñeca para sus hijas o sus nietas.
Aunque le gustaría bajar los precios de sus pilinchas para que así puedan llegar a más gente, asegura que estamos en un mercado donde no puede abaratarlas más. Los precios están entre los Bs 70 y los 150.
“El costo depende del trabajo. Cuanto más trabajo tiene, más detalles, más va a costar. El traje típico de las muñecas va acompañado por el sombrero de oveja o de paño que usa la chola y todo está hecho por sombrereros. También trabaja conmigo una persona que hace las mantas de las cholas elegantes”.
Sin embargo, y más allá de su precio, Pilín adapta las muñecas para cada cultura, para de esta forma llegar a más gente repartiendo el mensaje identitario.
“Como los guaraníes no permitían que entre ningún material ajeno a su cultura, se hizo una muñeca con la misma vestimenta. Por eso es que salió la muñeca Pilincha Guaraní”.
Las muñecas son vendidas en la tienda de Pilín, ubicada en la calle Sagárnaga de La Paz, y también son enviadas para exportación, donde le va mejor, porque según resalta, así “el dinero entra ese rato”.
Este año hizo exportaciones a Suiza e Inglaterra. Indica que está tratando de abrir mercado en esos países porque hay clientes que llevan su producto.
La muñeca empezó a conocerse gracias a las ferias internacionales a las que asistía. Todo comenzó cuando la oficina de exportaciones de La Paz mandó una invitación para los artesanos que quisieran enviar muestras a los de esta organización.
“Un amigo, que era jefe de un grupo de artesanos en el que estaba, me avisó esto. Mandé la muestra y me contestaron”.
La muestra estuvo en una vitrina por dos años y como tuvo éxito, la invitaron a una feria en Frankfurt. “Cuando estuve allá, visité las mejores jugueterías y me di cuenta que mi producto era bueno”. Sin embargo, reconoce que la experiencia le ayudó a orientarse para hacer los ajustes necesarios y así alcanzar la calidad for export.
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